jueves, febrero 12, 2009

La epidemia de viruela en Puerto Montt en 1905


En 1905 Puerto Montt contaba con 5.400 habitantes que transitaban por las calles de ripio escuchando el sonido del viento que cruzaba el seno de Reloncavi, coqueteando con las embarcaciones que llegaban de las diversas islas de alrededor, con su gente que llegaba a vender sus producto en ese pueblo que se asomaba al siglo XX sin percatarse que una terrible amenaza vendría desde el mar.

La muerte viene navegando

El 5 de marzo de 1905 arribo a la bahía de puerto Montt el Vapor “ Palena”. Desde hacia días un marinero estaba muy enfermo, por eso lo primero que hicieron los navegantes al recalar fue llamar a un medico del lugar. Entre tanto, el resto de tripulación cansado por la navegación y las duras labores no estaban dispuesto a perder la oportunidad de divertirse en los bares y prostíbulos, que abrieron sus puertas para satisfacer sus deseos.

Pero algo andaba muy mal. El doctor que estaba examinando al tripulante enfermo del “ Palena” comenzó a encontrar signos de un horror que se aproximaba. Tenia el paciente fiebre alta, debilidad en su estado físico, intensos malestares y recurrentes dolores de cabeza, sin embargo un síntoma lleno de inquietud a su ser, el enfermo tenia la cara y las palmas de las manos con unas horribles pústulas amarillentas, era el anuncio de la presencia de la viruela. Este mal que apareció con los primeros asentamientos humanos hace 10.000 años y que devasto a la población indígena de América a la llegada de los europeos asechaba con su mortal presencia.

Al día siguiente, tres tripulantes se le detecto la viruela, pero negligentemente las autoridades locales no declararon al barco en cuarentena y la tripulación siguió caminando libremente por la ciudad propagando el mal.

El tiempo de la epidemia

El 12 de marzo de 1905 se registró el primer caso de viruela en Puerto Montt afectando a Federico Heck. Pronto aparecerían los primeros muertos que no resistieron el abrazo ardiente de la fiebre como fueron Amador Trujillo y la señora Marta Hernández de Vega. La viruela se propagaba rápidamente. El dolor y la muerte se unían en las paredes de las casas que resistían el impacto de las voces que caían en el juego del virus.

La muerte en esos años se vivía como algo colectivo. El velatorio era un evento social donde familiares y vecinos participaban en la despedida del difunto, mientras las lloronas lanzaban sus lagrimas para remarcar el fin abrupto del fallecido y se tomaba la ultima imagen del rostro como un recuerdo del aliento que se fue. Las oraciones y las campanas de la iglesia trasmitían la sensación de pertenencia a un grupo en la partida, sin embargo, estos espacios eran los lugares ideales para la propagación de la enfermedad, así después de las primeras treinta defunciones y viendo como se expandía más y más la epidemia se debieron suspender los velorios.

La noche para los muertos

A fines de marzo de ese año la municipalidad de Puerto Montt ordeno colocar una bandera blanca en la casa donde había infectados y prohibir estrictamente el velatorio ordenando sepultar al muerto inmediatamente.

La noche era el tiempo de la muerte. Las autoridades locales dispusieron un equipo de hombres de buena contextura física y ya inmunes para sacar a las victimas de su lecho de agonía. Estas eran envueltas en frazadas y colocados en una carreta de barandas altas y tiradas por bueyes, iluminadas por la débil luz de faroles y provista de una sonora campana que tañía al paso de esa carga mortal hasta la fosa común ultimo lecho de los perdedores del juego de la viruela.

Una guerra feroz

El horror de la epidemia se extendía sobre las casas más humildes que se llenaban de varicosos, mientras lo que podían huían hacia zonas rurales como las Quemas, Piedra Azul y otras. Las actividades educativas estaban paralizadas.

Así estaba la situación de Puerto Montt cuando el doctor Alberto Burdach Nicolai entro en combate en los primeros días contra la viruela, habilitando un eficaz sistema de vacunación que era tributario al trabajo del poeta y medico rural ingles Edward Jenner ( 1749-1823) que comprobó por medio de arduos años de investigación algo que oyó decir a las lecheras de Berkeley donde ejercía su profesión que no podían contraer la viruela debido a que padecieron la “ vacuna” que es la viruela bovina, que contraían al entrar en contacto directo con el animal. Así en 1796, vacuno a un niño de ocho años con pus tomada de la pústula de una lechera que padecía la vacuna. Pasados dos meses, a este menor le inoculo pus tomada de un caso virulento de viruela, logrando con esto que el paciente no enfermara y de paso encontrar una eficaz protección contra el mal.

Por las cantidad de afectado por la viruela en Puerto Montt se decido habilitar un recinto hospitalario en el interior del cementerio general para tratar a los enfermos y ver a los sospechosos de portar el mal, que tenia una capilla para la asistencia espiritual de los de fe cristiana, siendo vigilados para evitar que huyeran del recinto por varios guardias. Al cabo de dos meses de lucha se logro controlar la epidemia con un saldo final de 120 muertos.

En Chile el último brote registrado de viruela fue registrado en 1959. El año 1977 en Somalia hubo un afectado con el mal que fue el ultimo en padecerla. En 1980 la Organización Mundial de la Salud certifico su erradicación del mundo e indicó el cese de toda campaña de vacunación. Actualmente la viruela esta en reserva de distinto laboratorios alrededor del planeta como una forma de estar alerta a su eventual aparición ya que esta dormida solo esperando las condiciones para despertar.